
Haciendo una comparación, es como si la mente ordinaria fuese un caballo salvaje.
El caballo lleva toda la vida yendo de un lugar a otro galopando salvajemente a su antojo según su instinto, según sus necesidades.
Internarse en meditación es como domesticar al caballo. Primero conseguiremos que se calme, que se tranquilice. Recordemos que el caballo es salvaje y que nunca lo han tocado, acariciado, que nunca ha visto un humano, etc. Una vez que se ha tranquilizado podremos acercarnos más y más y suavemente con calma y mucha paciencia. Es decir, practicando y practicando el caballo se estará quieto, muy quieto, casi inmóvil, y entonces conseguiremos colocar la silla de montar, después podemos coger las riendas y ordenarle al caballo que se dirija hacia dónde queremos.
Al igual que la mente, podremos tranquilizarla, acercarnos a su proceso con paciencia y mucha calma. Practicando y practicando, el caballo de la mente se ira sosegando, encontrará el gusto en la quietud y se sentirá cada vez más en paz, y podremos coger las riendas y dirigirla donde y cómo queremos, dejando por fin de ser dirigidos por ella.
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